Palo Monte los Dioses Congos

Nsambi es el primero y ante todo el Creador. De su mano proviene lodo lo que existe y existirá. Como dice un informante de Lydia Cabrera: «Es obra de Sambi desde lo más chiquito a lo más grande; lo más duro, lo más blando, y lo que no se agarra, el aire, el fuego, el pensamiento. Cuanto hay aquí en la tierra, mares, ríos, montañas, árboles, hierbas, animales, bichos, y allá arriba en el cielo, el sol, las nubes, la luna, las estrellas. Todo eso y lo que no se ve y lo que no se sabe, lo hizo Sambi”.

La conformación del cuerpo humano procede directamente de las manos de Sambi, quien además los enseñó a reproducirse, a alimentarse y a practicar la magia, tanto la buena como la mala. «Sambia preparó la menga – la sangre – que corre por las venas y mueve los cuerpos, les da vida, y por nkutu – por la oreja— les sopló la inteligencia para comprender».

La tradición conga considera al hombre como un ser doble, compuesto de una entidad interna y de otra externa. El cuerpo externo, a su vez, consiste de la “concha” o “envoltorio” (vuvudi) que se pudre después de la muerte y de una fuerza invisible que puede ser destruida por la magia de los brujos, de los bandoki. El hombre interior, que es el ser humano propiamente dicho, consta de nsala y mooyo. Nsala, el alma o principio vital, frecuentemente asociado al aliento y a la sombra, se encuentra presente en todo el cuerpo, excepto en las uñas y en los cabellos. Mooyo (vientre), por su lado, es la parte del hombre que requiere alimentarse para subsistir. La vida radica principalmente en el corazón, aunque se halla en todo el cuerpo. Pero el nsala (alma) y la sombra pueden morar en cualquier sitio: en una casa, en un caldero o en un güiro, en el monte o en los ríos. Esos lugares son favoritos de los muertos para guardar sus almas, ya que cuando alguien fallece el nsala desaparece primero y sólo la “concha” permanece.

En Cuba estas tradiciones se sincretizan con el catolicismo y el espiritismo (sobre todo con este último) hasta producir una concepción original y propia de la naturaleza humana en sus relaciones con el universo y con Dios. Para las reglas de Palo Monte Mayombe, los hombres (o bantus) son «seres compuestos». Poseen una vida material o biológica integrada por el cuerpo (nitu-bantu) y por la «sombra no inteligente» (nkawama-bantu), la que proyecta el cuerpo al recibir la luz. Tienen, además, una vida espiritual cuyo centro es nfuiri, o espíritu vivificante, al que se integran tres elementos fundamentales: una «sombra inteligente» (nkawama-ntu), una inteligencia (ntu) y el don de la palabra y de la personalidad (ndinga). Cuando el hombre muere, su nitu-bantu se corrompe rápidamente, pero su espíritu sufre una transformación: deviene un nfuiri-ntoto, constituido por el nfuiri original y el nkawama-ntu, el ntu y el ndinga. Cuando este espíritu difunto es el de un antepasado, entonces se llama kinyula-nfuiri-ntoto.

El nkawama-ntu o «sombra inteligente» (a veces llamado también “cuerpo astral») es una fuerza o fluido espiritual que envuelve al cuerpo y tiene la capacidad de desplazarse y salir del individuo, como sucede, por ejemplo, durante los sueños. En cierto modo, esta fuerza es el lazo que une los elementos espirituales y materiales del ser humano o bantu. Aun al desplazarse mantiene contacto con el cuerpo mediante un cordón conocido con el nombre de “cordón de plata”. Este concepto de «sombra inteligente» o nkawama-ntu parece proceder directamente del periespíritu de Allan Kardec quien lo define en El Libro de los Espíritus como una sustancia vaporosa que rodea al espíritu, del modo que «el germen del fruto está rodeado del periespermo».Por su parte, el ntu dota al hombre de su inteligencia, de su racionalidad, de su capacidad volitiva. Y muy unida a esa fuerza, aunque diferenciándose claramente de ella, está el ndinga, ese don de la palabra que el hombre comparte con los espíritus difuntos y con los dioses. La muerte no priva al espíritu de su inteligencia o de su voluntad gracias a su ntu; ni de don de la palabra, gracias a su ndinga; ni de su capacidad de desplazarse de un  estrato de la realidad a otro, gracias a la acción del nkawama-ntu que lo envuelve. El nfuiri-ntoto, el espíritu difunto, conserva todas las potencias que poseía en vida: sabe, piensa, siente, quiere, habla y puede subir y bajar por todos los niveles o «planos» de la existencia.

En realidad, los nganguleros o paleros (es decir, los iniciados en las reglas congas) creen que el hombre comparte no sólo con los muertos, sino también con los mpungus o «santos» todas estas fuerzas espirituales de que hemos venido hablando. La diferencia es sólo de grado. Un nfuiri-nto tiene más fuerza que un bantu, es decir: un muerto es más potente que un hombre vivo. Y un mpungu supera siempre en poderío a un espíritu difunto. Pero entre todos existe un fuerte lazo de correspondencia.

«A partir de esta idea, los nganguleros establecen unas relaciones de reciprocidad con los bantu y los mpungu, y entre los bantu y los nfuiri-ntoto, provocando el crecimiento de las fuerzas de los mismos (mediante oraciones y sacrificios); sin embargo, a cambio de ello, los mpungu y los nfuiri-ntoto acrecientan las fuerzas de los bantu desde sus propias fuerzas, y además ofrecen su protección benéfica. De este modo puede hablarse de un crecimiento mutuo.»

Desde luego, por encima de todos los espíritus se cierne, supremo en fuerza y en grandeza, pero apartado y distante, el Espíritu Máximo: Nsambi o Sambia, es decir, Dios.

Nsambi vive en el cielo y cuando truena se dice que está hablando. Es un dios ocioso, un dios «jubilado», aunque desde su morada rige absolutamente todo lo que existe. Así lo explica Lydia Cabrera:» Insambi, después de realizada su obra inconmensurable,  se retiró del mundo. No quiso que sus criaturas lo importunasen y se fue lejísimo, a lo último del cielo, donde nadie pudiera encontrarlo. Donde no llegan los aviones. Así quedaron cortadas todas las comunicaciones entre cielo y tierra, y establecida la distancia infinita que ahora los separa y que antes no existía a juzgar por muchos relatos. Distante, desprendido de su creación, sólo aparentemente ajeno a ella, Insambi no ha cesado de regirlo todo y continúa ordenando lo más insignificante, ‘el aire no se atreve a mover una hoja, ni vuela una mosca, ni pasa nada aquí o en las kimbandas, sin que él no lo disponga”. Es incomprensible, inaccesible e invisible, pues nadie lo ha visto desde que se jubiló; él sí lo ve todo, y como dice el refrán congo, -percibe una hormiga en la noche- y no nos quita el ojos de encima. Sabe todos nuestros secretos “.

Ni en África ni en Cuba es el Dios supremo de los congos objeto de culto especial. Tampoco se le sacrifica: Nsambi «no come”. Pero sí se le invoca con respeto, se le saluda y se solicita su protección. En realidad el alejamiento de Nsambi dista mucho de ser absoluto Las reglas congas de Cuba ven a su Dios como garantía final del orden y la vida en la naturaleza. Y están convencidas de que si éstos se vieran amenazados por las fuerzas maléficas, Nsambia intervendría para garantizar el equilibrio El Dios congo permite la lucha entre el bien y el mal en el universo, pero no el predominio definitivo del segundo sobre el primero. Nsambia es, pues, el Salvador, la Divina Providencia, el “último recurso de emergencia” al que puede apelarse en caso inminente de desastre.

La vida cotidiana del ngangulero (practicante de las reglas congas) se debate constantemente entre las fuerzas del bien y del mal, de la vida y de la muerte. Para entenderse con ellas recurre a los mpungos y a los espíritus, es decir: al sistema religioso creado por Nsambi cuando se retiró del mundo. Pero a veces sucede que el sistema parece fallar: resulta incapaz de resolver ciertas contradicciones. Entonces se recurre a Nsambia. Como muy bien dice Guillermo Calleja Leal en su excelente tesis de grado sobre Palo Monte: «El que los ngangulero recurran con frecuencia a invocar el nombre de Nsambia, a pesar de su lejanía, quizás responda a una forma de tenerle preparado para intervenir en las faltas o carencias del sistema religioso… Conviene señalar que para los nganguleros, la función de Nsambia como Destino es importantísima, ya que toda enfermedad, toda desgracia o todo cataclismo natural (por ejemplo, los ciclones, tan frecuentes en Cuba), que no pueden ser explicados o atribuidos a los «mpungu”, la hechicería o la brujería, son considerados como procedentes de Dios, ya que para el ngangulero todo lo que Nsambia envía es natural”.

Del Dios congo se dice «Nsambi arriba, Nsambi abajo- Nsambi a los cuatro costados”. Movidos por el sincretismo cristiano, los practicantes de las reglas congas tienden a interpretar esa enseñanza como una indicación de la Trinidad Divina. Y así “Nsambi arriba» es Nsambi-nsulu» o el Dios del cielo. «Nsambi abajo” es Nsambi-ntoto o el Dios de la tierra. Y «Nsambi a los cuatro costados” corresponde a Nsambi-nsaso o el Dios del Universo, es decir, el Dios que está en todas partes. Tres manifestaciones de un solo Dios verdadero.

Nsambi es el dueño de la vida y la muerte. Los congos, en la Isla, creen que los hombres mueren como castigo a la desobediencia, y en la región africana del Congo hallamos distintas versiones del mito que explica el origen de la muerte: La primera pareja, creada directamente por Nsambi, engendró un hijo que al poco tiempo murió. Nsambi les dijo que hiciesen un ataúd y les prohibió que volviesen a mirarlo. La mujer, impulsada por la pena, desobedeció el mandato y abrió el  ataúd. ¡Cuál no sería su sorpresa al observar que el niño había vuelto a la vida y estaba en el proceso de mudar su piel! Poco después el niño volvió a morir y Nsambi descendió de los cielos para reprochar a la madre. «Desde ahora están condenados a morir. De haberme hecho caso, no habrían muerto, sino que hubieran cambiado de piel como la serpiente».Este mito subraya la importancia de respetar los tabúes divinos. Un infórmame de Lydia Cabrera hace el siguiente comentario acerca de la importancia de una buena muerte: «…Los viejos siempre le pedían (a Sambi) una buena muerte. Igual que se la piden los blancos, para el caso es lo mismo. Dios es Dios como quiera que se llame, Sambiampunga o Santo Cristo…Pero eso depende del proceder de uno, el no quedarse  muerto con la boca torcida y los ojos revirados y abiertos, como los Mayomberos judíos, y luego mal enterrado, que es lo peor».Este negro criollo reproduce con exactitud el concepto de la muerte de sus antepasados africanos. La que es producto de una brujería (ndoki) es lenta y angustiosa, y sorprende al individuo con los ojos abiertos. La muerte natural, por el contrario, es apacible y serena. La persona, acostada boca arriba y con los ojos cerrados, simplemente deja de respirar.A esta se la llama «muerte de Nsambi».

Nsambi, finalmente, cumple la función de juez. Tanto en la tierra como después de la muerte «…castiga a los malvados, reprueba la traición, la mentira, las faltas que se cometen con los mayores, y nos lleva la cuenta, como Olodumare, de nuestras buenas y malas acciones».En la cultura Kongo se considera al mundo dividido en dos mitades: la tierra de los vivos (Ntoto) y la tierra de los muertos (Mpemba), separadas por el mar (Kalunga). En Mpemba la vida continúa, aunque de un modo diferente. Los buenos —es decir, los compasivos, los cumplidores de la ley, aquellos que han auxiliado a los miembros de su familia y particularmente a los huérfanos— son recibidos en la puerta por sus familiares y coterráneos con muestras de regocijo y grandes festejos. A los malos, a aquellos que han sido egoístas y que han violado las prescripciones, no los aguarda nadie y hallan el umbral desierto. En el otro mundo el malvado siendo igual, ya que no existe arrepentimiento posible, y esos espíritus maléficos regresan a la tierra para causar sufrimientos. Los justos, por su parte, también visitan sus antiguas moradas, y lo hacen sobre todo para proteger a sus seres queridos.

Como podemos observar, sería incorrecto afirmar que las Reglas Congas carecen de principios éticos. En ellas se distinguen las operaciones mágicas que procuran un bien (Mayombe cristiano) de las encargadas de realizar un mal (Mayombe judío). Lo que parece haber ocurrido es que, como explica Laman, los congos en África — por lo menos a principios de este siglo— no poseían un sentido moral absoluto, sino relativo y localista. El deber primordial de un congo es hacia su casa y hacia su pueblo. Los de afuera son considerados «extranjeros» y engañarlos y robarles está permitido,  siempre que la víctima no se encuentre en el poblado y la acción resulte en beneficio propio o común. El atacar a un vecino, sin embargo, es reprochable y se castiga severamente, tanto aquí como en el otro mundo. Esa ética carece de dimensión universal, pero es muy estricta dentro de los límites del propio grupo y refleja exactamente la organización social de los BaKongo, caracterizada por la fragmentación: cada villa se considera independiente de los poblados circundantes y casi nada permanece de la unidad del antiguo reino Kongo. El tajo de la trata, traumático para todos los esclavos, resultaba especialmente violento en el caso de los congos, cuya tradición de culto a los antepasados y de apego a su grupo local se veía bruscamente interrumpida. Pero, de todos modos, muchos elementos de la ancestral tabla de valores fueron preservados al otro lado del océano.

Es innegable que la práctica, sin duda «ortodoxa» y bastante frecuente de la magia negativa (que condona y auspicia muy deleznables sentimientos de despecho, venganza y odio) contradice ese concepto de una «ética conga» que acabamos de exponer. No hay religión inmune a la paradoja doctrinal y práctica. Por lo demás, el proceso transculturativo que viene operándose desde hace siglos, primero en África y luego en Cuba, ha servido para ir creando entre Ios fieles una imagen cada vez menos aceptable del «mayombe judío», hasta convertirlo a menudo en una práctica vergonzante. Se le usa, pero con intensos pruritos de conciencia. Muchos paleros dan salida a estas contradictorias emociones en formas muy variadas, a veces en los estados de trance.

No parecen poseer originalmente las Reglas Congas un panteón coherente de divinidades secundarias al estilo de los Orichas lucumíes, por la sencilla razón de que tampoco formaba parte del sistema religioso BaKongo. Aquí hallamos más bien una jerarquía de espíritus que comprenden desde Dios (Nzambi Mpungu) en un extremo hasta el ser humano en el otro. Como ha explicado MacGaffey, la jerarquía de seres espirituales que media entre el Gran Nsambi y el hombre se compone de entes que poseen un significado cada vez menos general y más particular. Y el mismo autor afirma que el catálogo de espíritus, lejos de ser estático, varía dependiendo de las condiciones políticas y económicas del grupo. En Cuba se ha mantenido, con ciertas modificaciones, esta jerarquía de entidades espirituales. «Después de Nsambi,—dice Lydia Cabrera— los adeptos de la Regla Conga veneran las almas de los antepasados, de los muertos y los espíritus de la naturaleza que moran en los árboles y ríos y con los que pactan en los montes y los ríos.»

El espíritu del agua se llama Nkita-Kunamasa. El del río o la laguna: Mburi. El que habita dentro del majá y se desliza por el fondo de las aguas: Nkisi Mboma. El de la manigua: Dinganga. El de la montaña: Kindindi. El de un antepasado: Kinyula Nfuiri-ntoto. El espíritu protector: Ndundu. Y el fantasma o espectro: Musanga.

Igualmente se ha conservado en la Isla la categoría de los Basimbi (Simbi o Yimbi en Cuba), seres hermanos que han muerto dos veces y se convierten en espíritus de agua y espíritus de tierra. Y tanto en Cuba como en África un nkuyu es un espíritu maléfico que no permanece en Mpemba, el mundo de los muertos, sino que mora en la tierra donde comete toda clase de fechorías, una suerte de «Elegua congo» – describe un informante de Lydia Cabrera – que «camina chiquito en la manigua y llora como un niño».

©️ngangamansa.com

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