
La noción de que el alma sobrevive al organismo físico y puede manifestarse después de la muerte es muy antigua en Cuba. Pero el espiritismo, como conjunto articulado de doctrinas y prácticas basadas en la comunicación mediúmnica entre vivos y muertos sólo aparece en la isla en la segunda mitad del siglo XIX y no alcanza verdadera difusión hasta bien entrado el siglo XX.
El movimiento espiritista contemporáneo comienza en 1848 con los experimentos de la famosa familia Fox en Nueva York. Luego se extiende por Europa, con dos centros capitales de influencia que apenas se reconocen el uno al otro: el primero en Inglaterra, el otro en Francia. Este último se vio pronto dominado por la poderosa personalidad de Hipólito León Denizard Rivail, más conocido por Allan Kardec (1804-1869). Rivail adoptó su seudónimo bajo la inspiración de uno de sus «guías espirituales», quien le reveló que ese era su nombre en una encarnación anterior. En dicha encarnación supuestamente había sido un druida de la antigua Galia.
Partiendo del positivismo comtiano, Kardec trató de encontrar una explicación científica para fenómenos tales como el sonambulismo, la telepatía y el «magnetismo animal», mesmerismo o hipnotismo por esas vías se puso en contacto con el espiritismo, que adoptó con pasión , deviniendo uno de sus propagandistas más renombrados.
En El Libro de los Espíritus, publicado en 1857, se resume lo esencial de la doctrina kardecista. Dios ha creado, junto al mundo material, el mundo de los espíritus, que en verdad es el más importante, porque mientras lo espiritual es eterno, lo corporal es contingente y perecedero. Los espíritus encarnan temporalmente en cuerpos humanos.
La muerte los coloca de nuevo en estado de libertad, volviendo al mundo de donde procedían, para tomar de nuevo existencia material, algún tiempo después. Mientras tanto se encuentran en estado de espíritus errantes. Kardec creía, pues, en la metempsícosis o trasmigración de las almas, que les servía a éstas como poderoso instrumento de purificación e iluminación racional progresiva. De ahí el lema, tan repetido en los medios espiritistas de «¡Luz y progreso!». “Los espíritus pertenecen a diferentes clases —explica Kardec— y no son iguales en poder, inteligencia, ciencia y moralidad. Los del primer orden son espíritus superiores, que se distinguen de los demás por su perfección, conocimientos, proximidad a Dios, pureza de sentimientos y amor al bien… Las otras clases se alejan más y más de semejante perfección, estando los de los grados inferiores inclinados a la mayor parte de nuestras pasiones, el odio, la envidia, los celos, el orgullo, etc., y se complacen en el mal… El espíritu encarnado está bajo la influencia de la materia y el hombre que logra vencerla por medio de la elevación y purificación de su alma, se aproxima a los espíritus buenos, a los cuales se unirá algún día. El que se deja dominar por las malas pasiones y cifra toda su ventura en la satisfacción de los apetitos groseros, se aproxima a los espíritus impuros dando el predominio a la naturaleza animal».
Los espíritus pueden manifestarse en formas muy diversas ya espontáneamente, ya al evocarlos por vía mediúmnica. Cada ser humano posee uno o más espíritus que se unen a él para protegerlo. Son los «ángeles guardianes”, los “hermanos o guías espirituales», que ayudan a sus hijos con sus consejos, los consuelan en sus aflicciones y los sostienen en las pruebas de la vida. Para Kardec el espiritismo, cuando se le practica de acuerdo con sus normas, es a la vez una religión y una ciencia , alejada de toda superchería, engaño o superficialidad. Constituye lo que él llama “la tercera revelación de la ley de Dios» que sigue a la del Antiguo Testamento personificada en Moisés y a la del Nuevo que trajo Jesucristo.
Además de este tipo de espiritismo, al que pudiera llamarse ilustrado, se desarrollaron por lo menos otros tres. Uno, que pudiera denominarse experimental, dedicado al estudio objetivo y sistemático de los fenómenos parapsicológicos. Otro de mera diversión o de espectáculo, a base de mesas giratorias, tablitas escribientes, sustancias fosforescentes, etc. Y, por fin, uno de carácter popular, que, en algunos casos, funciona por medio de «sesiones» donde se busca contacto con seres queridos desaparecidos y los asistentes reciben, a través del médium, consejos o predicciones sobre problemas personales y hasta colectivos; y , en otras instancias, consiste en consultas individuales que un cliente le hace a un médium para fines similares. Todas estas formas de espiritismo, sobre todo , el popular -aunque este último casi siempre estuviese más o menos teñido de kardecismo— lograron arraigo en Cuba. La vía de entrada puede haber sido la norteamericana o la francesa.
Pero no debe olvidarse que el espiritismo se extendió también en la segunda mitad del siglo XIX por España , donde varios escritores católicos publicaron libros condenando virulentamente estas prácticas, a partir de la década de 1870-80.» En 1872 se editó en Valencia un volumen titulado. El espiritismo en el mundo moderno, una colección de artículos aparecidos en La Civiltá Católica, órgano del Vaticano. Dos años después se publicó La fe católica y el espiritismo, refutación del libro Roma y el Evangelio. La campaña del catolicismo oficial contra el movimiento espiritualista continuó con gran vigor en las décadas siguientes.
Para todos los fieles de las reglas afrocubanas, el contacto con los antepasados desaparecidos es de fundamental importancia. En el caso de las Reglas Congas, la comunicación con las almas de los muertos y el dominio mágico sobre las mismas constituye el eje central de la práctica religiosa. En la Regla de Ocha el fundamento religioso es el culto a los orichas, pero los creyentes deben contar antes con la asistencia de los finados. Como se dice en Santería: «El muerto parió al santo». O sea, que antes de rendir pleitesía a los dioses es necesario contar con la ayuda de los eggún, de los mayores difuntos.
Todo santero tiene en su casa un pequeño altar (la «bóveda espiritual») donde rinde homenaje y presenta ofrendas (café, tabacos, etc.) a sus muertos. Muchos no colocan las ofrendas en las inmediaciones de la «bóveda», sino en algún otro lugar de la casa, frecuentemente en un baño. Era inevitable que todas las corrientes espiritualistas, tan extendidas en el país acabaran por encontrarse, influyéndose mutuamente. Aunque—como bien dice Migene González-Wippler— «todo santero es espiritista, pero no todo espiritista es santero», resulta muy interesante notar el gran número de espíritus afrocubanos (especialmente congos) que aparecen en las sesiones de practicantes espiritistas no afiliados a regla alguna. Por otra parte, tanto en la santería lucumí como en Palo Monte o Mayombe, el producto más importante de este encuentro aculturativo ha sido la llamada misa espiritual, que no es una «sesión» espiritista, sino un rito extremadamente sincrético, con elementos tomados del espiritismo, del catolicismo y de las reglas afrocubanas. Esta ceremonia tiene como propósito fundamental la invocación de los espíritus benéficos, así como la exclusión o exorcismo de los maléficos o «perturbadores». Tanto los fieles de Ocha como los de Palo (sobre todo los que participan del llamado Palo Mayombe «cristiano») incluyen «misas espirituales» como parte regular de su liturgia. En realidad, esta ceremonia nunca se celebra en Cuba sino como parte integral de algún rito afrocubano. Los profanos o no iniciados son admitidos a ella, pero en ese caso, deben participar en todos sus aspectos, es decir, no pueden permanecer como meros espectadores pasivos.
Nosotros hemos asistido a misas espirituales en dos localidades diferentes. Primero, en la casa de uno de nuestros informantes que era santero y palero a la vez, donde siempre se manifestaba el espíritu de Francisco. Luego, en la residencia de una iniciada en la Santería, unos días antes del Kari-Ocha de su hijo. En ella los «seres» que «bajaron» eran también de origen afrocubano. Esta era una «misa de coronación», que tiene como objetivo fundamental determina quiénes son los «guías espirituales» del catecúmeno, ahuyentar las malas influencias que puedan pesar sobre él y aconsejarlo acerca de su vida presente y futura, muy particularmente, acerca del importante paso de entrar en la religión.
En otras ocasiones estas ceremonias tienen el propósito de expulsar espíritus maléficos que se han apoderado de una persona. Esas son las llamadas «misas de recogimiento», verdaderos exorcismos donde abundan símbolos congos tales como el tantas veces mencionado cosmograma (el círculo con la cruz) que se dibuja con yeso o cascarilla en el piso. La descripción detallada de la misa espiritual que se encontrará a continuación se basa en nuestras observaciones de una de estas ceremonias, celebrada como parte de un rito iniciatorio lucumí. Pero eso no quiere decir en modo alguno que los congos no hagan también uso frecuente de ellas.
En la habitación donde se va a llevar a cabo la sesión encontramos la «bóveda espiritual», una suerte de altar erigido a los espíritus. En una pequeña mesa cubierta con un mantel blanco hallamos: siete copas llenas de agua (seis del mismo tamaño y una mayor); un búcaro con crisantemos blancos; un crucifijo; una botella pequeña de agua de colonia » 1800″ de Crusellas; un frasco con agua bendita, una botella de aguardiente, varios tabacos sellados aún en su papel celofán, dos jicaritas de güiro para el aguardiente, un plato lleno de pétalos de flores blancas y dos velones que se encienden al comenzar la ceremonia. En el suelo, delante de la «bóveda», hay una palangana de esmalte de mediano tamaño, llena de agua con añil. Los participantes se sientan en un semicírculo delante de la «bóveda» y la interacción entre ellos es informal. Las dos médiums se sitúan a cada lado de la «bóveda». En el centro del círculo hay una silla debajo de la cual se ha colocado un vaso con agua. Allí se sienta el neófito, a quien ya comienza a llamársele «iyawó». Sólo se mencionan su nombre y sus apellidos en las oraciones con que se invocan sus espíritus tutelares. Para una mejor comprensión, hemos dividido la ceremonia en diversas etapas o momentos, pero éstos se suceden sin interrupción.
1. Invocación de los seres espirituales.
Una de las madrinas del catecúmeno inicia la sesión indicando que los presentes deben persignarse. Comienza entonces un breve período de oraciones tomadas del Nuevo Devocionario Espiritista, libro anónimo, traducido del francés, que recoge oraciones «de Allan Kardec y otros». Después de cada oración se reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria. Esta, por ejemplo, es la primera oración:
«Rogamos al Señor Todopoderoso, que nos envíe buenos espíritus para asistirnos, aleje a los que pudieran inducirnos en el error, y que nos dé la luz necesaria para distinguir la verdad de la impostura. Separad también a los espíritus malévolos, encarnados o desencarnados, que podrían intentar poner la discordia entre nosotros y desviarnos de la caridad y el amor al prójimo. Si alguno pretendiera introducirse aquí, haced que no encuentre acceso en ninguno de nosotros. Espíritus buenos que os dignáis venir aquí a instruirnos, hacednos dóciles a vuestros consejos y desviad de nosotros el egoísmo, el orgullo , la envidia y los celos, inspiradnos indulgencia y benevolencia para nuestros semejantes presentes y ausentes, amigos y enemigos; haced, en fin, que en los sentimientos de caridad, humildad y abnegación de que nos sintamos animados, reconozcamos vuestra saludable influencia. A los médiums a quienes encarguéis de transmitimos vuestras enseñanzas, dadles la conciencia de la santidad del mandato que les ha sido confiado y de la gravedad del acto que van a cumplir, con el fin de que tengan el fervor y el recogimiento necesarios. Si en esta reunión se encontrasen personas que fuesen atraídas por otro sentimiento que no sea el del bien, abridles los ojos a la luz y que Dios les perdone si vienen con malas intenciones. Rogamos muy particularmente al espíritu de (aquí se dan los nombres y apellidos del neófito o de la persona que es objeto de la ceremonia) nuestro guía espiritual, que nos asista y vele por nosotros.»
Luego los asistentes rezan por los médiums, para que no se llenen de orgullo por su don y actúen con falta de caridad hacia los otros médiums. Después de unas cinco oraciones, seguidas todas de Padre Nuestro, Ave María y Gloria, se concluye la etapa inicial con otra en verso, la llamada «Plegaria del Náufrago»:
Torna tu vista. Dios mío,
hacia esta infeliz criatura
no me des mi sepultura
entre las olas del mar.
Dame la fuerza y valor
para salvar el abismo,
dame gracia, por lo mismo,
que es tan grande tu bondad.
Si yo, cual frágil barquilla,
por mi soberbia halagado,
el mar humano he cruzado,
tan sólo tras el placer;
déjame. Señor, que vuelva
a pisar el continente,
haciendo voto ferviente
de ser cristiano con fe.
Si yo con mi torpe falta
me he mecido entre la bruma
desafiando la espuma
que levanta el temporal,
te ofrezco que en adelante
no tendré el atrevimiento
de ensordecer el lamento
de aquel que sufre en el mal.
Y si siguiendo mi rumbo,
he tenido hasta el descaro
de burlarme de aquel faro
que puerto me designó;
yo te prometo. Dios mío,
no burlarme de esa luz
que brilla sobre la cruz
por el hijo de tu amor.
¡Oh! Tú, Padre de mi alma,
que escuchas al afligido,
y me ves arrepentido
de lo que mi vida fue.
Sálvame, Dios mío, sálvame
y dame, antes que dé cuenta,
para que yo me arrepienta
el tiempo preciso. Amén.
2. El «despojo».
Antes de iniciar la comunicación con las entidades espirituales es menester «limpiarse» o purificarse de las malas influencias que los participantes puedan haber traído consigo. Cada uno de los presentes, en orden inverso al recorrido de las manecillas del reloj, se levanta de su asiento, se coloca de pie frente a la “bóveda espiritual», introduce ambas manos en el agua azulada que contiene la palangana de esmalte y se pasa por la frente, la nuca y los brazos las manos mojadas, haciendo con ellas bruscos movimientos hacia fuera (como si se estuviese quitando algo de encima). Luego toca la «bóveda» con la punta de los dedos y regresa a su sitio. El catecúmeno es el último en «despojarse».
3. Comunicación con las entidades espirituales.
Los participantes permanecen en silencio y ocasionalmente se refrescan la frente y la nuca con agua de colonia «1800» de Crusellas. Las médiums (en esta ocasión son mujeres) comienzan a transmitir los mensajes de los espíritus, pero aún no ocurre el trance: la comunicación es indirecta. González-Wippler explica que existen diversas clases de médiums en el espiritismo (y lo mismo sucede en la santería). Hay mediumnidades videntes, que pueden ver los espíritus; mediumnidades clarividentes, que pueden predecir el porvenir ; mediumnidades auditivas, que pueden escuchar a los espíritus que les hablan en los oídos, mediumnidades de comunicación, que pueden resultar poseídos por los espíritus; mediumnidades de arrastre, que atraen espíritus malignos para exorcizarlos y mediumnidades de transporte, que supuestamente pueden trasladar sus conciencias a otros lugares. Hay médiums que poseen una sola facultad, otros más de una. Típicamente, la médium se dirige a uno de los presentes en los siguientes términos:
«Con permiso de la mesa, la sombra de mi espíritu me dice que…»
y prosigue con el mensaje.
En esta ocasión, la mayoría de los recados se dirigieron al joven catecúmeno, a Quien se le dio a conocer la identidad de uno de sus «guías espirituales» (un indio con plumas en la cabeza, que debe recibir ofrendas de casabe con miel de abejas), se le aconsejó acerca de su situación sentimental y acerca de su futuro en la santería. La madrina del Asiento observó la presencia de un «espíritu perturbador”, que deseaba apoderarse del iniciando para sus propios propósitos malévolos. Varios de los presentes encendieron tabacos. De pronto, una de las médiums comenzó a respirar profunda y ruidosamente, con una suerte de bufido y, a los pocos minutos, cayó en estado de trance. El espíritu era el de una negra conga (María Siete Sayas), muy risueña, que hablaba en lengua bozal.
Para alejar la influencia del mal espíritu que se había revelado con anterioridad, la posesa decidió «despojar» o purificar la casa. Vertió un poco de aguardiente en una pequeña jicara, tomó un poco en la boca y con él roció un manojo de hierbas que se hallaba en el suelo.» Además lo envolvió con bocanadas del humo de su tabaco. Pidió a la dueña de la casa que la acompañase y procedió a purificar la residencia. De regreso a la habitación donde se celebraba la misa, dio un salto en el aire, soltó el puro violentamente y «montó» el espíritu maligno que trataba de exorcizar en medio de bruscas contorsiones. Varios de los presentes la sujetaron para que no se hiciese daño y la sentaron en el suelo. Otra de las médiums tomó el crucifijo y se lo colocó en la frente diciendo: «¡Control! ¡Control!». Comenzó entonces a conminar a la fuerza sobrenatural en nombre de Jesucristo, para que se arrepintiese y abandonase sus malos propósitos. La posesa cambió de inmediato su forma de hablar. Ahora lo hacía en un español refinado, pues el «espíritu perturbador» era el de una mujer cuarentona educada. Con abundantes lágrimas que corrían por sus mejillas declaró que no quería hacerle daño al iniciando. Y se retiró. Permaneció entonces el “ser” denominado María Siete Sayas. Los presentes le hicieron recomendaciones acerca de su «caballo», del médium que «prestaba su materia» para que se hiciese posible una manifestación directa. Cuando la posesa comenzó a dar muestras de querer salir del trance, la otra médium la tomó de las manos y tiró de ellas varias veces hacia abajo, hasta que la mujer recuperó su conciencia normal.
Anteriormente, en este capítulo, hemos hecho referencia a las condiciones que contribuyen a provocar el estado de trance. En el caso de las misas espirituales el bombardeo sensorial es mínimo y posiblemente los elementos más influyentes sean la hiperventilación y la atmósfera del grupo. Aunque pueden manifestarse espíritus diversos, algunos de los cuales nunca antes han hecho su aparición, cada uno de los médiums tiene un espíritu tutelar, su muerto, que lo «monta» regularmente y que posee características personales propias claramente reconocibles: nombres, gustos ( por ejemplo, el espíritu de una «negra fina» llamada María Josefa, de quien hablaremos a continuación, no bebe aguardiente sino anís), modos particulares de hablar basados casi siempre en el lenguaje bozal criollo. González-Wippler explica que estos «guías espirituales tradicionalmente han sido los de «Madamas» (mujeres de las Antillas Menores), indios, gitanas, piratas y congos. En las sesiones observadas por nosotros los espíritus tutelares han sido siempre los de viejos negros congos, que se comunican en bozal y emplean algunas palabras congas en el diálogo. Según la misma autora, recientemente los orichas lucumís se manifiestan también dentro de algunas misas espirituales. Esto nunca ha ocurrido en nuestra presencia y nuestros informantes recalcan la separación entre dioses y espíritus. Ambos son necesarios y reciben culto, pero los contextos rituales de dichas entidades son distintos y no deben mezclarse. Según se nos ha dicho: «Santo es santo y muerto es muerto”.
Después de efectuarse el «retiro» del espíritu de María Siete Sayas, la segunda médium comenzó a emitir los bufidos típicos del inicio del trance. En poco tiempo hizo su aparición el «espíritu de María Josefa», negra conga «finia» (fina) que se reserva las palabras fuertes y gusta de licores menos plebeyos que el aguardiente. En un bozal con características gramaticales perfectamente definidas y estables habló en voz alta por espacio de media hora, dirigiéndose sobre todo al joven iniciado. Los presentes intervenían, entablándose un diálogo muy franco e informal entre ambas partes. Al espíritu siempre se le trataba con el “usted” de respeto y distancia (incluso por aquellos habituados a usar el «tú» con la médium). El ambiente era jovial y se entrecruzaron algunas bromas. Cada vez que el espíritu emitía una revelación acertada, alguno de los presentes respondía :”!Luz!» y a veces «¡Luz y progreso, buen ser!». El «ser» dio consejos a una de las madrinas de la iniciación acerca de una casa a la que recientemente se había trasladado, e hizo lo mismo con la primera médium, a quien «despojó» con hierbas rociadas de aguardiente, agua bendita («agua de Papá Dios») y humo de tabaco. Por fin anunció que iba a retirarse y se despidió de los presentes. La médium poco a poco y sin grandes conmociones regresó a su estado de conciencia normal. Entonces la madrina que había iniciado la reunión leyó otra oración y los presentes, de pie, giraron sobre sí mismos haciendo un ademán de despedida con la mano. La comunicación entre creyentes y espíritus concluyó con la señal de la cruz.
4. Coronación.
En la ocasión que describimos, la misa espiritual se celebra, como hemos dicho, en el contexto de una iniciación en Regla de Ocha y constituye la primera ceremonia del proceso iniciatorio. El catecúmeno permanece sentado en la silla colocada delante de la «bóveda espiritual», en el centro del círculo conformado por los presentes. La madrina y los demás participantes toman una sábana blanca y la extienden por encima de la cabeza del iyawó. La madrina sostiene sobre la cabeza del neófito un puñado de pétalos de flores blancas.
Mientras se canta un himno, en español, alusivo a la coronación, cada persona comienza a enrollar la sabana hacia el centro. De ese modo, eventualmente se conforma una suerte de sombrero o corona que, una vez impuesto, la madrina inmediatamente procede a retirar de la cabeza del iniciando. Para finalizar, cada uno de los presentes toma una de las copas llenas de agua de la «bóveda espiritual» y arroja el líquido afuera de la casa, al aire libre. Después se obsequia a los asistentes con comida o algún dulce.
La misa espiritual, que ahora forma parte esencial de los cultos afrocubanos, se incorporó a ellos en Cuba en época no muy remota. Los negros de nación, por supuesto, la desconocían. En una libreta que probablemente data de los años cuarenta, la de Nicolás Angarica, hallamos una referencia a ella. Se recomienda a los fieles que se les ofrezca misas a los difuntos «ya sea espiritual o la que Ud. más desee, porque aunque la mayoría de los africanos no hayan conocido esta religión espirita, los pocos que la conocieron la respetaban». El proceso por el que se funde el espiritismo con las religiones de origen africano es relativamente sencillo. El culto a los muertos siempre constituyó parte esencial de las creencias afrocubanas. El espiritismo, por su parte, se diseminó velozmente en diversas capas de la sociedad cubana y ejerció poderosa influencia en las creencias populares. El encuentro y la fusión tenían que ocurrir. La misa espiritual resulta particularmente interesante para nosotros porque resume en su estructura los diversos elementos que componen el continuo cultural cubano. De origen europeo, la celebran creyentes en orichas y ngangas. En ellas hay crucifijos, aguardiente y tabacos. Se habla en español y en bozal. Se rezan Padre Nuestros, se cantan himnos a los «seres», todo ello en una ceremonia que precede a la recepción de la diosa Ochún. Al aché de las religiones lucumí y congas se añade el de la Iglesia Católica y el de las fuerzas ocultas del espiritismo.
Eso es Cuba o, por lo menos, parte de Cuba. La misa espiritual de congos y lucumíes es, sin duda alguna, el más transculturado de los ritos de la religión afrocubana.
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