
Agentes de la muerte
La mejor lección que nos pueden enseñar los negros bantúes es, sin duda, la lección de la muerte. Acercarnos a este misterio tan tremendo y al mismo tiempo tan familiar para ellos es tocar las raíces más profundas de su religión y descubrir las líneas de fuerza de sus creencias y de su organización social completa.
Los muertos están cerca de ellos. Están presentes en su vida, conviven con los hombres y conducen todos los hilos de su existencia.
Antes de penetrar en esta aldea maravillosa de los antepasados y palpar la presencia de los muertos en la sociedad bantú, tratemos de descubrir por qué mueren los negros. ¿Quién los pone en ese camino real hacia el encuentro de la felicidad?
Cuando un negro se muere, la pregunta ritual de los bantúes es siempre ésta: ¿Quien lo mató? ¿Quién «se comió» a este hombre?
Cuatro son los agentes con poder sobre la muerte:
¿Lo habrá matado Dios?
Deseo de todo mortal bantú no es escapar a la muerte, sueño quimérico que no cabe en su realismo cotidiano. La muerte les es algo tan familiar… Lo que pretenden es morir «con la muerte de Dios», lufwa Iwa Nzambi, la muerte que proviene de Dios. Dios es bueno y no quiere más que el bien de los humanos. Tiene que asegurarles una vida larga y feliz con una numerosa descendencia.
Cuando muere un viejo cargado de años y de hijos, dicen: «Su corazón se ha secado; Dios lo ha llamado». O cuando muere un enfermizo, un desvalido, un ser mal recibido por la familia, es Dios quien lo recoge, para protegerlo, para ahorrarle sufrimientos.
Por eso su muerte es una fiesta, una pascua o paso hacia una vida mejor. Una fiesta religiosa. Cumplida su misión sobre la tierra, entra en la aldea de los antepasados.
Pero un joven o un adulto llenos de vitalidad y con un porvenir sin estrenar todavía o en pleno rendimiento, no pueden morir con la muerte de Dios, «porque a su edad no se muere con la muerte de Dios».
Por eso a su muerte todos se preguntarán: ¿Quién «se comió» a este hombre? Y comienza el drama de la búsqueda de asesinos invisibles, de venganzas y rencores.
¿Serán acaso los vivos…?
Como final de curso, la directora, una religiosa negra, premió con una excursión al río a un grupo de niñas más aplicadas. El calor, la alegría, el agua clara, la suavidad de la arena… convidaban al baño. Gritos, bromas, alegría desbordada. De pronto, gritos de socorro. Angélika, más decidida, se había adentrado en el río y se hundía… en un banco fangoso de arena. En pocos minutos fue cubierta por el agua y murió asfixiada.
Y la pregunta fatídica: ¿Quién escondió esa trampa en el lecho del río a simple vista tan manso y apacible…? ¿Quién metió a la niña en ese lugar peligroso…?
Los padres consternados acuden al hechicero.
-No, no ha sido la religiosa, siempre ángel bueno de los niños. Ha sido la vieja Ndundu, tía-abuela de la niña.
Nunca vio con buenos ojos la felicidad del matrimonio de los padres de ella. Ella es la que metió a la niña en ese peligro. Es ella la que la sumergía en el fango. Es ella la que «comió» su vida.
-No, no toméis venganza. Tiene espíritus más fuertes que los nuestros. Aplacad su cólera. Traed una gallina blanca sin defecto y ofrecedla a los manes. Y a la vieja hacedle un regalo: dos paños, jabón y sal. Comed juntos un cordero y dejará de perseguiros.
¿No serán los muertos?
Ellos siguen mezclados en la vida y asuntos de la familia. Favorecen a los fieles observantes de las tradiciones y persiguen vengativos a los indolentes. La muerte cae bajo su poder. También ellos pueden provocarla.
Una madre fallecida, por piedad materna, puede venir a buscar a su hijo huérfano, para que no sufra. Una esposa, a su amante compañero. Un gemelo, a su hermano, para consolar su soledad.
También los muertos pueden encolerizarse y vengarse de los vivos:
-De los que violan los tabúes alimenticios.
-De los que engañan a su cónyuge o faltan a los graves deberes ancestrales.
-De los que abandonan las prácticas religiosas, para abrazar los fetiches de los blancos…
¿Qué duda cabe que los antepasados protegen o castigan a sus descendientes?
¡Ya serán los brujos…!
Es creencia general. La muerte es causada por los brujos, bandoki. Hombres sin piedad, de mala entraña, que chupan la sangre de los vivos, roban sus fuerzas, destruyen su salud, vaciándolos de toda sustancia vital, hasta que mueren.
Lo más terrible de su condición de brujos, es que puede ser ignorada por los mismos individuos malhechores y pueden causar el mal, aun sin saberlo.
Para ejecutar sus planes tienen a su servicio a todos los agentes de la naturaleza: hombres, animales o plantas, elementos naturales y hasta los espíritus invisibles. Una serpiente, un leopardo, una lechuza, un rayo… serán los «médiums» portadores de la desgracia.
Cercanía de los muertos
Pero los muertos, no están muertos. Son muertos vivientes, que no han terminado su existencia. Están cerca de los hombres. Conviven con los humanos, y los humanos con ellos. Pueden intervenir en sus asuntos y tienen gran poder para ayudarlos o perderlos. Pueden invocarlos y consultarlos, cosa que hacen frecuentemente. Juntos forman la gran familia africana, que reúne a los vivos y a los muertos. Así los cantó el poeta camerunés:
«Los que han muerto no se han marchado nunca.
Están en la sombra que se aclara
y en la sombra que se espesa.
Los muertos no están bajo la tierra.
Están en el árbol que tiembla
y en el bosque que gime.
En el agua que corre
y en el agua que duerme.
Están en los sótanos y están entre la gente.
Los muertos no están muertos.
Los que han muerto no se han marchado nunca.
Están en el seno de una madre.
En el niño que llora y en el tizón que arde.
Los muertos no están bajo la tierra.
Están en el fuego que se extingue,
en las hierbas que gimen
y en la roca que clama.
Están en el bosque y están en la cabaña.
Los muertos no están muertos»
En la religiosidad bantú los muertos ocupan el primer plano. Son los espíritus de los antepasados, bakulu, intermediarios entre Dios y los mortales y poderosos para proteger o castigar a los vivos. De hecho intervienen con frecuencia en la vida de sus descendientes sobre la tierra. Veamos más en detalle esta mutua relación entre los vivos y los muertos.
La religiosidad en torno a los muertos está basada en una doble creencia:
Supervivencia después de la muerte
La muerte para el bantú no constituye el término definitivo y total del hombre. Es más bien un proceso largo y gradual. Después de su desaparición física, sigue existiendo aún durante cuatro o cinco generaciones mientras sea evocado por sus familiares y amigos, sea en los rasgos de sus personalidad o en sus comportamientos.
«Mientras el difunto es recordado por su nombre, aún no está realmente muerto del todo: está vivo y pertenece a la categoría de los que llamaríamos «muertos-vivientes». Un muerto-viviente es una persona físicamente muerta, pero viva en la memoria de los que la conocieron y viva también en el mundo de los espíritus. Mientras sea recordada se encuentra en un estado de inmortalidad personal exteriorizado en la continuación física de la procreación, de forma que los hijos llevan en sí mismos los rasgos de sus padres».
Los Bakongo tienen una imagen fuerte para expresar esta pervivencia humana: lo mismo que la serpiente cambia de piel sin destruirse, así el hombre, al pasar por la muerte, se desembaraza de su envoltorio exterior, el cuerpo, que se descompone en la tumba, mientras el hombre verdadero se va a la morada de los antepasados.
Según la creencia tradicional, los muertos viven en aldeas semejantes a las terrestres. Poseen sus casas, sus campos y palmeras de donde extraen el vino, sus bosques y ríos, poblados de caza y de pesca. Estas aldeas invisibles, sin conocer exactamente su emplazamiento, las sitúan siempre en las tierras del clan, de las que los antepasados siguen siendo los verdaderos propietarios y guardianes.
Se cree que el más allá está calcado sobre la vida presente. La vida de los difuntos es muy semejante a la de los vivos en cuanto a actividades: comen, beben, engendran, cazan y pescan, se pasean y divierten a placer, en un estado de felicidad y bienes paradisíacos y están dotados de una fuerza y poder muy superiores a los de los vivos.
Después de la muerte el hombre se dirige a estos lugares donde viven sus antepasados, quienes se constituirán en sus jueces. Si ha respetado las creencias, leyes y costumbres que ellos han dejado, sobre todo si durante su vida les ha rendido el culto que les debe, será admitido a la comunidad. Por el contrario, si no ha sido fiel a las tradiciones ciánicas y ha olvidado a los muertos, será expulsado y condenado a vivir en errante soledad.
Una de las ocupaciones de estos condenados vagabundos será la de perseguir, atacar, perjudicar y, si pueden, devorar a los vivos, para vengarse de los muertos en su descendencia, ya que sobre ellos directamente no tienen ningún poder.
Relación vital entre vivos y muertos
Por su concepción de la unión vital, todo bantú sabe que vive en absoluta dependencia de sus antepasados. Su vida no es más que una participación y prolongación de la vida de sus progenitores, estén entre los vivos o en la comunidad de los muertos.
Tan estrecha es esta unión que su ruptura supondría para los vivos cegar la fuente de que proviene toda la fuerza para realizar su plenitud vital; para los muertos supondría también su muerte y aniquilamiento total. Los muertos al no ser venerados o recordados por su nombre por sus descendientes, pasan a un estado de despersonalización, de anonimato o «pervivencia colectiva», dejando de ser miembros formales de las familias humanas. De ahí, el interés por parte de los vivos y de los muertos de prolongar al máximo esta etapa de relaciones personales.
La religiosidad bantú no excluye a ninguno de los antepasados, pero se centrará más sobre aquellos que no han entrado aún en el estadio de despersonalización. Más o menos los de las cuatro o cinco últimas generaciones; es decir, mientras viva alguien que los conoció personalmente.
¿Qué influencia ejercen los muertos sobre los vivos?
Los muertos son los protectores de la familia clánica. De manera invisible pero eficaz, velan por la paz, prosperidad y bienestar de sus descendientes. Gracias a ellos, las mujeres conciben y dan a luz felizmente. La tierra produce abundancia de frutos. Los bosques se pueblan de animales y los estanques y ríos, de toda suerte de peces.
Ellos defienden al clan contra los malos espíritus, contra las hechicerías y venganzas de los enemigos. Día y noche son los protectores vigilantes del clan. «Los antepasados no duermen».
Se les atribuye también el papel de jueces. Son ellos los más celosos guardianes de las tradiciones y costumbres clánicas. Toda trasgresión de una ley ciánica es considerada como falta contra los antepasados. Ellos se encargarán de castigar al culpable de manera ejemplar. Son algo así como la policía invisible de la familia.
Cumplen fielmente la función de intermediarios entre Dios y los hombres. Se cree que su recurso a Dios es mucho más eficaz que el de los vivos, porque están más cerca de El.
¿Culto a los antepasados?
Esta acción bienhechora de los antepasados pide una respuesta también a los vivos. No sólo para asegurarse su protección y ayuda, sino para alejar sus venganzas. Los muertos son terriblemente celosos de sus derechos y, al menor descuido, se dejarán sentir.
Por eso el culto a los muertos comienza ya con los ritos funerales. El lavado y unción del cuerpo, la exposición digna bajo un pequeño cobertizo de ramas de palmera, los cantos y danzas fúnebres… son ritos de veneración y respeto al difunto. Con ellos se confiesan vitalmente unidos al muerto y tratan de congraciarse su protección y ayuda.
Signos de este miedo reverencial a los muertos:
-La prohibición de mirar en el espejo retrovisor cuando conduces a un muerto. Tienes peligro de cruzar su mirada o su sombra sentada en el féretro. Y morir o volverte loco.
-La prohibición de salir de noche, cuando alguien ha muerto en la aldea. Encontrarlo te acarrearía desgracias.
-Prohibición para las mujeres encinta de ir a los cementerios. Quién sabe si el muerto, con prisas de reencarnarse, no hará mal al niño que se forma en el seno.
Fiestas en honor de los muertos
«El cementerio ocupa un lugar importante en la vida de un poblado kongo. Del campo de los muertos, como de un lugar concreto y visible, salen las causalidades misteriosas propias del mundo de los espíritus, que hacen vivir o morir, causan o curan las enfermedades, hacen prosperar o fracasar los negocios. El cementerio inspira temor y, sin embargo, es un centro de atracción. Sin él, el poblado no tiene estabilidad»
Está siempre colocado cerca de la aldea, como una atalaya abierta al horizonte y limpio de maleza. Hay tumbas que superan en lujo a muchas cabañas de los vivos. Casi todas adornadas con platos, botellas, calabazas, jofainas… como ofrendas. Al lado de las tumbas de ciertos jefes practicaban y dejaban abierto un agujero para derramar por él vino de palmera.
En el cementerio normalmente se celebran las fiestas de los muertos. Son conocidas y practicadas por todos los pueblos bantúes y representan una de las mejores manifestaciones del culto a los antepasados.
Los bakongo celebran tres:
-Lwango: el levantamiento del duelo por la muerte de un pariente. El pariente más próximo al difunto se presenta en la ceremonia vestido de andrajos y en el curso de ella se reviste de vestidos nuevos. Hay comida, bebida y danzas. Una vida nueva comienza para él.
-Malanga: conmemoración de un muerto importante, motivada por una circunstancia especial, como su aniversario o una epidemia en el clan…
-Ntungisilu a minkala: con motivo de la inauguración de panteones o monumentos a los muertos…
Elementos indefectibles en estas fiestas cultuales en honor de los muertos son las libaciones, sacrificios, cantos y oraciones dirigidas a los antepasados o al antepasado que se quiere venerar:
Recurso a los muertos
Los bantúes no sólo van al cementerio con ocasión de los funerales o fiestas mortuorias. El cementerio es un verdadero lugar de cita cuando la enfermedad o la desgracia se abaten sobre el clan. Estas desgracias pueden haber sido enviadas por los mismos antepasados, por el incumplimiento de algún deber hacia ellos. O simplemente provocadas por los malos espíritus, hechiceros o cualquier otro enemigo del clan. Los vivos saben que sólo los muertos pueden librarlos de estas calamidades. Organizan entonces un acto cultual, sea de expiación o de petición de ayuda. Los elementos de estas acciones cultuales serán de nuevo las libaciones, sacrificios, cantos y oraciones.
Otro momento importante de recurso a los antepasados, es el de las disputas o litigios entre clanes; sobre todo si estos litigios están motivados por la posesión y propiedad de la tierra. La tierra se considera propiedad inalienable de los antepasados. Son ellos los que tienen que intervenir en la defensa de sus propios derechos, sea para mantener el dominio de la propiedad, sea para vengar la usurpación, si ha habido lugar.
Muestras de respeto
Aparte de estas acciones estrictamente cultuales, todos los bantúes practican otras costumbres y ritos, que manifiestan su dependencia y unión con los antepasados:
-La canastilla de los antepasados, Lukobi Iwa bakulu. Contiene algunas reliquias de los antepasados, sobre todo de aquellos que más han influido en la vida del clan, como jefes o miembros ilustres. Mechones de cabellos, uñas, huesos, trofeos de caza, instrumentos u objetos significativos. Son las reliquias de los antepasados que protegen al clan. Son veneradas sobre todo por medio de libaciones.
-Libación en honor de los muertos: derramar un poco de vino en memoria de los antepasados, antes de beber. El vino de palmera, nsamba, es considerado como el vino de los antepasados.
-Abstención de trabajar los campos el día dedicado a los antepasados. Cada clan y cada aldea tienen un día de la semana especialmente dedicado a los antepasados.
-Prohibición de vender determinados frutos, diferentes en cada región, considerados como los frutos de los antepasados. Se pueden regalar, pero no vender.
-Bendición de los recién casados en nombre de los antepasados, para que su matrimonio sea feliz y fecundo.
-Ofrecimiento de los niños a los antepasados. O imposición del nombre de algún ascendiente.
Todas estas creencias y acciones cultuales demuestran la importancia que los muertos tienen en la vida bantú. Pueden dar la impresión de que ocupan el lugar principal y casi exclusivo en su religiosidad.
Sin embargo la existencia y extensión de este culto no minimiza su creencia y actitud religiosa ante Dios. Sobre todo si se piensa que los bantúes consideran a sus muertos como a los mejores intermediarios ante El. Los humanos tienen acceso a Dios a través de ellos.
Sin admitir plenamente la interpretación de que estos ritos, libaciones, ofrendas y oraciones a los muertos son meros símbolos de comunión, de fraternidad o recuerdo de ellos, «lazos místicos que unen a los vivos y a los muertos» creemos que este monopolio religioso que disfrutan los muertos en la vida bantú hay que explicarlo por la idea que tienen los bantúes de la trascendencia de Dios. Dios está ausente de sus quehaceres ordinarios. Esta exuberancia de culto a los antepasados vendría a llenar el vacío religioso que deja la gran limitación de un verdadero culto a Dios. Lo accesorio ha eclipsado lo principal y Dios se queda en un segundo plano.
-La muerte es un paso hacia una vida nueva. No es una destrucción, es un cambio.
-Para los buenos esa vida es feliz en compañía de los antepasados.
-Los muertos están cerca de los vivos, los protegen y ayudan en su tarea cotidiana de vivir.
Si la vida del hombre sobre la tierra es un drama en el que está comprometido también el mundo invisible, si detrás de cada hombre están en acción las potencias del mal, les falta por descubrir a ALGUIEN que toma partido por nosotros, que nos trazó el camino hacia esa vida nueva y lo sigue alumbrando con luces y esperanzas…
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