
En Kévé, en Togo, durante una ceremonia, los hombres azules aparecen en todo su esplendor. Son Assonfos o Asafos, es decir, los miembros de una sociedad de cazadores y guerreros que uno encuentra en el país Ewe, en regiones que se extienden a caballo entre Togo y Ghana. Su función en la ciudad es entronizar, enterrar a los reyes o destituirlos, salvar al pueblo de las amenazas de hombres y animales. Son los guardianes de la tradición. Cuando mueren, son enterrados en secreto en su recinto.
Ese día, en la plaza pública, donde también tiene lugar el entierro, levantan un torbellino en torno a la gente reunida. En la arena, los gritos estallaron. Armados con sables y cuchillos, estos hombres con el rostro pintado de polvo azul y vestidos con trajes empapados de arcilla, realizan curiosos rituales. A medida que se entra en trance y la gente se adueña de los espacios, la lengua del país, como olvidada de repente, da paso al discurso esotérico de la divinidad Yévé.
Su danza guerrera es ágil y frenética. Un hombre azul traza círculos sosteniendo un pequeño cántaro de sacrificio en equilibrio sobre su cabeza. Un personaje lleva vudú en una caja. Tiene el cuerpo recubierto de arcilla oscura moteada de puntos blancos. Otro hombre azul lo sujeta con una correa. Los pasos rítmicos y frenéticos responden a los sonidos amortiguados de los tam-tam rituales. El público se ahoga y se pierde en el océano azul de estos extraños hombres. El azul es tan fuerte, pero nadie especifica el simbolismo. ¿No pertenece el azul a los mundos del más allá, más allá de la tumba?.
Los Asafo garantizaron no solo la protección y seguridad de la población local, sino también la defensa militar. Están hoy en el corazón mismo de la vida comunitaria. Las banderas de los asafo son testimonios elocuentes de ello, de orgullo, de sabiduría y de mensajes que desafían a los enemigos.
El azul iniciático contrasta con la sangre de la oveja decapitada, cuya cabeza se balancea sin que el público lo sepa en la caja de la deidad. Como sedientos y fuera de sí, todos prueban la sangre, el que parece ser su amo tiene el privilegio de beber directamente de la carótida de la oveja, mientras baila con ella. La carne del animal es cortada en el acto e ingerida cruda por los iniciados.
De repente el ritual se desvanece, la música se detiene y en un abrir y cerrar de ojos los hombres azules abandonan la plaza. Se van a casa. En la vida, son campesinos, albañiles, carpinteros. … y al día siguiente declararán que no recuerdan nada, hasta el punto de negar haber estado allí.
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