
Era Babalú Ayé un hombre justo, sencillo, bondadoso y humilde, aunque poderoso, conocido no sólo por su fortuna, sino por su capacidad para enfrentar la adversidad sin lamentaciones inútiles, por su buena disposición para no dejarse abatir por los contratiempos. Aunque joven aún, era respetado y escuchado en su tierra. Incluso Olofi confiaba en su sensatez y ecuanimidad.
A tal punto, que cuando el envidioso Echu le argumentó que no había ni siquiera un hombre justo en la tierra, Olofi, de inmediato, mencionó a Babalú Ayé como ejemplo, y, para dar mayor peso a sus palabras, retó a Echu a que lo tentara y le hiciera perder su fortuna, para ver si culpaba a alguien por ello. Ni corto ni perezoso, Echu así lo hizo y Babalú Ayé perdió hasta la camisa, pero no maldijo ni renegó. Echu, indignado, se quejó ante Olofi de que Babalú Ayé conservaba su compostura, porque, a pesar de que no tenía fortuna, tenía salud, y todo hombre sano se siente en condiciones de rehacer su vida. Olofi, confiando siempre en Babalú Ayé, instó a Echu a quitarle también la salud.
Y allá fue Echu, a cubrir a su víctima de la más asquerosa lepra, la cual lo convirtió en un apestado entre sus propias gentes. Pero ni así logró oír los ayes o las maldiciones de Babalú Ayé. Volvió Echu, pues, ante Olofi, quien, molesto por tanta insistente saña, lo increpó diciéndole que no sólo no le daría ni una oportunidad más de perjudicar a un hombre cuya integridad estaba más que probada y a quien lo único que restaba por hacer era privarlo de la vida, sino que su decisión irrevocable era devolverle a Babalú Ayé fortuna y salud como bienes merecidos.
Y he aquí que Babalú Ayé, más poderoso y fuerte que antes, echó a andar por los caminos de su tierra en busca de una mujer con quien establecer una familia y asegurarse descendencia. Pero quiso su mala suerte que se prendara de la hermana del rey de una tierra vecina, a la cual contagió con sus llagas, por no haber esperado el tiempo necesario para su total curación. Enterado el soberano, desterró a Babalú Ayé, quien se vio de nuevo en el camino, rotos sus sueños de descendencia y triste porque se le condenaba a vagar sin destino fijo. Cruzó la frontera y fue a parar muy lejos de su tierra, a un hermoso lugar por donde cruzaba un río y crecían enormes y frondosos árboles.
AIIí se radicó y fue feliz durante algunos años, sin abandonar la esperanza de tener familia. Y la ocasión llegó con una hermosa mujer de sedosa y brillante piel morena quien, procedente de otras tierras, habla arribado allí por azares del destino. Con amor y tenacidad, ella ayudó a Babalú Ayé a formar su familia, a recuperar su prosperidad y a colaborar con la mayor prosperidad de su pueblo adoptivo: su familia mayor.
Cuba
Es la deidad de la viruela, la lepra, las enfermedades venéreas y, en general, las enfermedades de la piel. Se le considera hijo de Nana Burukú, pero en Abomey sus padres son Kehsson y Nyohwe Ananou. Algunos estiman que nació directamente de Obatalá. En realidad, Babalú Ayé es un título que significa «padre del mundo» y que se le daba a Chopono o Chakpata, el terrible orisha de la viruela cuyo nombre no debía pronunciarse. Esta deidad, que en sus orígenes era considerada odiosa y terrible, transformó su carácter entre los cubanos, probablemente porque la viruela y otras epidemias carecían, en Cuba, de la proporción mortífera y devastadora que tenían en África.
Es orisha que no se asienta en el culto yoruba; sin embargo, en el culto Arará, se le toca el tambor asojín y si se asienta. Su color es el morado obispo y su día el viernes, aunque para otros es el miércoles. Su fiesta se celebra el 17 de diciembre.
En las Reglas de Palo Congo se conoce por Tata Pansua, Coballende, Chakuaneco, Patillaga, Santientena, Mabiliana, Pacolemba, Luleno, Asuano, Biricuto, Tata Cañengue y Pulila; en la Regla Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje es Púngun Futila y Tata Funde y en el culto Arará es Asojín y Asojuano. Sus atributos son un perro y el aja o manojo de varetas de palma de corojo o de coco atadas, en su extremo inferior, por un pedazo de tela de yute adornada con cuentas y cauris.
Cuando se recibe a Babalú Ayé por el ritual lucumi, se le añade un Elegguá con su respectivo osun de perro. Si se recibe por el ritual arará, este Elegguá recibe el nombre de Afrá. Se le ofrenda, en todos los casos, miniestras, granos, pan quemado, mazorcas de maíz tostadas, cocos de agua verdes, ajo, cebolla, vino seco, corojo, pescado ahumado, jutía ahumada, cogote de res y se le sacrifican chivos con barba, gallos grifos y jabaos, palomas y gallinas de Guinea. Se sincretiza con San Lázaro, uno de los santos más populares en nuestro país.
Haití
En el Norte se le llama Sousou Pannam y es una deidad muy fea con el cuerpo cubierto de llagas. Su ropa está toda raída, no tiene habitáculo fijo, solo el aire, y sus comidas favoritas son el puerco, el gallo rojo y la sangre. Prefiere, como bebida, el vino clarete y la taffia. Su color predilecto es el rojo. También se corresponde, por sus características, con las que algunos investigadores atribuyen a Legbá Pied Cassé, anciano valetudinario apoyado en una muleta, el cual se sincretiza con San Antonio Abad, San Antonio el Ermitaño, San Pedro y San Lázaro.
Santo Domingo
Su equivalente es el Legbá antes mencionado, con las mismas características.
Changó Cult de Trinidad Tobago
Es conocido como Sakpana o Sopona y está encargado de controlar los espíritus diabólicos. Se le sincretiza con San Francisco, Moisés o San Jerónimo y se le conoce también por Samedona, médico que controla los espíritus malignos, al cual se ofrecen chivas y gallos rojos o de diversos colores. Trabaja con una escoba llamada chay-chay, que puede muy bien ser el equivalente del aja, y algunos afirman que es tullido o lisiado y que tiene un carácter difícil.
Brasil
En el panteón afrobrasilero, esta deidad está representada por Omolú, Shapanan y Sakpata, dios de la viruela, los cuales se sincretizan con San Lázaro, San Roque y San Sebastián atravesado por flechas, cuyas heridas evocan las pústulas de esta enfermedad. Omolú, en su tierra de Takua, Nubia, era un rey con poderes de gran alcance, que gozaba de un enorme prestigio ganado por sus innumerables méritos. Durante el mes de septiembre se le sacrifican gallinas, además de ofrecérsele plátanos y aceite de palma.
En Río de Janeiro, se le da el nombre de Obaluaie, y Alapó que cura a los dolientes y es hermano de Xangó. Su eré consiste en una escobilla de varetas de palma con cauris. El maíz al homo llamado pipocas y la masa de maíz blanco envuelta en hojas de plátano y cocida al horno, llamada aberem, son sus platos preferidos. Sus ceremonias se llevan a cabo separadamente de los demás orixas y en ella sólo participan los iniciados en el culto a esta misteriosa deidad, tan venerada como temida. Sus colores en la Umbanda son las combinaciones del negro y el blanco y del negro y el rojo.
Sus otras manifestaciones son Sapata, agresivo y peligroso; Uari-Uarum, muy parecido al anterior; Baba Igbona, viejo, peligroso, relacionado con la fiebre y la dolencia; Afomá, viejo y con funciones de cura; Savalu, curvado por la edad; Agoró, viejo y humilde; Jagum, joven y guerrero, ambicioso y combativo; Tetu, dominante e intransigente, que defiende a los pobres y persigue a los malhechores; Ajaxé, joven y brutal al igual que Ajansu; Burucu, viejo cazador, orgulloso y obstinado y Azoani.
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