
METEMPSICOSIS (del griego meta, cambio, en, dentro, y psyké, alma): transmigración del alma de uno a otro cuerpo. “El dogma de la metempsicosis es de origen indio. De la India pasó a Egipto, de donde, más tarde, lo importó Pitágoras a Grecia. Los discípulos de este filósofo enseñan que el Espíritu, cuando se ha librado de los lazos corporales, va a la mansión de los muertos a esperar, en un estado intermediario más o menos largo, el momento oportuno para animar otro cuerpo de hombre o de animal, hasta que, obtenida su purificación, vuelve a la fuente de la vida.” El dogma de la metempsicosis, como se ve, se basa sobre la individualidad y la inmortalidad del alma, y contiene la doctrina de los Espíritus sobre la reencarnación y la erraticidad. Pero hay entre la metempsícosis india y la doctrina de la reencarnación, tal como se nos la enseña hoy día, una diferencia capital: la de que la primera admite la transmigración del alma al cuerpo de los animales, lo que sería una degradación, y que esta transmigración se opera solamente en la tierra. Los Espíritus nos dicen, por el contrario, que la reencarnación es un progreso incesante, que las diferentes existencias pueden cumplirse, sea en la tierra, sea en otro mundo de orden superior, y esto, como dice Pitágoras, “hasta que la purificación se haya alcanzado”.
MITOLOGIA (del griego mythos, mito, y logos, discurso): historia fabulosa de las divinidades paganas. Se comprende también bajo este nombre, la historia de todos los seres extrahumanos, que, bajo distintas denominaciones, sucedieron a los dioses de la Edad Media. Así han resultado las mitologías escandinava, teutónica, céltica, escocesa, irlandesa, etc.
MUNDO CORPORAL: conjunto de los seres inteligentes que tienen cuerpo material.
MUNDO ESPIRITUAL O MUNDO DE LOS ESPIRITUS: Conjunto de seres inteligentes despojados de su envoltura material. El mundo de los Espíritus es el mundo normal, primitivo, preexistente y superviviente a todo. El estado corporal, no es, para los Espíritus, sino transitorio y pasajero. Estos cambian de cuerpo como nosotros de traje; cuando tienen uno desgastado por el uso, lo cambian por otro nuevo.
MUERTE: nihilación de las fuerzas vitales del cuerpo por el agotamiento de los órganos. Privado el cuerpo del principio de la vida orgánica, el alma se desprende de él y entra en el mundo de los Espíritus.
NECROMANCIA (del griego nekros, muerte, y manteia, adivinación): arte de evocar las almas de los muertos, para obtener de ellas revelaciones. Por extensión, se aplica ese nombre a todos los medios de adivinación, y se califica de necromántico al que ejerce la profesión de agorero. La necromancia, en la verdadera acepción de la palabra, ha debido ser, sin duda alguna, uno de los primeros medios empleados en tratar de descifrar lo futuro. Según la creencia vulgar, las almas de los muertos debían ser los principales agentes en los otros métodos de adivinación, tales como la quiromancia (adivinación por el examen de la mano), la cartomancia (adivinación por el juego de los naipes), etcétera. Los abusos y el charlatanismo han desacreditado la necromancia no menos que la magia.
NOCTAMBULO, NOCTAMBULISMO (del latín nox, noctis, noche, y ambulare, andar, pasear): aquel que anda o pasea, durmiendo, durante la noche; sinónimo de sonámbulo. Esta última palabra es preferible, teniendo en cuenta que noctámbulo y noctambulismo, no implican, de ningún modo, la idea de sueño.
ORACULO (del latín os. oris. la boca): respuesta de los dioses a las preguntas que se les hacían según las creencias paganas; se les dio ese nombre a tales respuestas, porque generalmente eran transmitidas por la boca de las pitonisas (véase esta palabra). Por extensión, se aplicaba el nombre de oráculo al que pronunciaba las respuestas de los dioses, y a toda otra clase de medios empleados para conocer el porvenir. Todo fenómeno extraordinario que hería la imaginación, se atribuía a expresión de la voluntad de los dioses y se convertía en oráculo. Los sacerdotes paganos, que no desperdiciaban ocasión para explotar la credulidad, se hacían los intérpretes de los oráculos, y consagraban a ello templos, donde se celebraban con gran solemnidad pomposas ceremonias. A éstas asistían los fieles, quienes aportaban valiosas ofrendas con la quimérica esperanza de conocer el porvenir. La creen cía en los oráculos tiene su origen, evidentemente, en las comunicaciones espiritistas que el charlatanismo, la concupiscencia y el deseo de dominación rodearon de prestigios, y que nosotros vemos hoy en toda su simplicidad.
PARAISO (del griego paradeizos, jardín, vergel): morada de los Bienaventurados. Los antiguos lo colocaban en la parte de los Infiernos, llamada Campos Elíseos (Véase Infierno); los pueblos modernos lo colocan en las regiones elevadas del espacio. Esta palabra es sinónima de cielo, tomada en la misma acepción con esta diferencia: que la palabra cielo va unida a la idea de una beatitud infinita, mientras que la de paraíso, despierta la de un lugar de goces algo materiales. Se dice ‘subir al cielo”, “descender al infierno”, fundándose estas expresiones en la creencia primitiva, fruto de la ignorancia, de que el Universo está formado de esferas concéntricas, de las que la tierra ocupa el centro. En estas esferas denominadas cielos, es donde se ha colocado la morada de los justos. De aquí la expresión “quinto cielo”, “sexto cielo”, para expresar los diversos grados de la beatitud. Pero desde que la ciencia dirigió su mirada indagadora a las profundidades etéreas, esos cielos no tienen razón de ser. Hoy sabemos que el espacio no tiene límites; que está sembrado de un numero infinito de globos, entre ellos el nuestro, que no tienen asignado lugar alguno de preferencia, y que en la inmensidad no hay alto ni bajo. El sabio, no viendo en todas partes sino el espacio infinito poblado de mundos innumerables, ni hallando tampoco en las entrañas de la tierra el lugar del Infierno, pues sólo ha descubierto capas geológicas sobre las cuales está escrita con caracteres irrefragables la historia de su formación, ha concluido por dudar del Cielo y del Infierno; y de ahí a la duda absoluta, no hay más que un paso. La doctrina ensenada por los Espíritus superiores, esta de acuerdo con la ciencia. No contiene nada que repugne a la razón, y la confirman los conocimientos adquiridos. La mansión de los Buenos, nos dice, no está en los cielos ni en las pretendidas esferas de que rodeó a nuestro globo la ignorancia; está en todas partes, porque en todas hay buenos Espíritus: en el espacio, mansión de los errantes; en los mundos más perfectos, mansión de los reencarnados. El Paraíso terrestre, los Campos Elíseos, cuya primitiva idea proviene del conocimiento intuitivo que le fue dado al hombre sobre este estado de cosas, que su ignorancia y sus prejuicios han reducido a mezquinas proporciones, se extiende a lo infinito. Y en lo infinito hallan también los malos el castigo de sus faltas en su propia imperfección, en sus sufrimientos morales, en la presencia inevitable de sus víctimas: castigos más terribles que las torturas físicas, incompatibles con la doctrina de la inmaterialidad del alma. Esta nos los muestra expiando sus errores por las tribulaciones de nuevas existencias corporales que cumplen en mundos imperfectos; no en un lugar de eternos suplicios en el que nunca se divisa la esperanza. ¡Allí está el Infierno; en eso consisten sus penas! ¡Cuántos hombres nos han dicho que, si desde su infancia se les hubiera hablado así, no hubieran dudado ni un instante! La experiencia nos enseña que los Espíritus no desmaterializados lo bastante, están bajo el imperio de las ideas y prejuicios de la existencia corporal. Por lo tanto, aquellos que en sus comunicaciones no discrepan de las ideas cuyo error es evidente, prueban, con ese sólo hecho, su ignorancia y su inferioridad moral.
PENAS ETERNAS: Los Espíritus superiores nos enseñan que sólo el bien es eterno, porque es la esencia de Dios, y que el mal, por cruento que sea, tiene fin. Por una consecuencia de este principio, combaten la doctrina de la eternidad de las penas corno contraría a la idea que Dios nos da de su justicia y de su bondad. Pero la luz no se hace para los Espíritus que en razón de su bondad y elevación, no necesitan de ella; sino para aquellos otros que gravitan aún en los rangos inferiores cuyas ideas les obscurece materia. El porvenir, para estos tales está cubierto con denso velo; no ven sino el presente: están en la situación del hombre que asciende por una montaña, de la que no ve la cima, porque la niebla se extiende sobre su cabeza, ni ve la base, porque lo altibajos del terreno limitan su visión. Para descubrir todo el horizonte y poder juzgar del camino recorrido y del que falta recorrer, precisa llegar a la cumbre. Los Espíritus imperfectos no perciben el término de sus sufrimientos; creen que han de sufrir siempre, y este pensamiento es otro castigo para ellos. Si, pues, ciertos Espíritus nos hablan de penas eternas, es porque, por su propia inferioridad y por lo que sufren, creen en ellas.
PENATES (del latín penitüs, interior, que esta dentro, formado de penus, lugar retirado, lugar oculto): Dioses domésticos de nuestros antepasados, llamados así, porque se les colocaba en el lugar más retirado de la casa. LARES (del nombre de la ninfa, Lara, porque se les creía hijos de esta ninfa y de Mercurio). Eran, como los penates, los dioses o genios domésticos, con la diferencia de que los penares eran, en su origen, los manes de los antepasados, de los que se guardaban las imágenes en lugar secreto, al abrigo de la profanación. Los lares, genios bienhechores, protectores de las familias y de las cosas, eran considerados como hereditarios, porque una vez adscritos a una familia, continuaban protegiendo a sus descendientes. No solamente cada individuo, cada familia y cada casa tenía sus lares particulares, sino que los tenía también cada pueblo, cada ciudad, cada calle, cada edificio público, etcétera, todos los cuales se ponían bajo la protección de tal o cual lar, como los cristianos de nuestros días se ponen bajo la protección de tal o cual santo. Los lares y los penates puede decirse que recibían culto universal, y aunque con nombres diferentes, no eran otros que los Espíritus familiares cuya existencia se nos ha revelado en nuestros días. Los antepasados hacían de ellos dioses, y su superstición les levantaba altares; y para nosotros son simplemente Espíritus que han animado a hombres semejantes nuestros, alguna vez unidos a nosotros por parentesco o amistad, y siempre por simpatía. (Véase Politeísmo.)
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