
Cualquier persona puede ser hungán o mambó siempre que cumpla con los requisitos fundamentales como: ser adepto, conocer a la perfección la liturgia del vodú, los atributos de los dioses, sus símbolos… y, sobre todo, pasar por los ritos de iniciación (kanzó) o sea tomar el asson. Generalmente son las divinidades las que, mediante la posesión o el sueño, designan al futuro sacerdote .El sacerdocio puede ser también el fruto de una herencia, el padre cede sus poderes a su hijo. En realidad, herencia y designación se confunden en varios casos; muy a menudo son los dioses los que nombran el heredero.
Mambó es el nivel jerárquico equivalente al de hungán y es ejercido por una mujer. El hounguenikón, «jefe del coro de una sociedad voduista» puede ser hombre o mujer y es el encargado de reemplazar al sacerdote principal del culto cuando éste está en trance ritual o poseído por un loa. El la-place, otro elemento de la jerarquía de esta religión puede asumir la función de maestro de ceremonias si el hounguenikón se encarga de anunciar a los luases interpretando el canto ritual que le corresponde a cada uno de ellos. «Él es quien abre las procesiones y, haciendo bailar su machete, saluda a los espíritus que van apareciendo». En el último peldaño de la escala están los hounsí (hunsí). Quienes pueden ser de uno u otro sexo y son aquellas personas que han pasado por los ritos de iniciación, lo que les permite poder asistir al hungán o a la mambó, y se encargarían del orden y limpieza del templo y de la preparación de las ofrendas. Pero su tarea más destacada es la de formar el coro
Algunos mencionan además los hounsí-kanzó, a quienes se define sencillamente como aquellos que han pasado los ritos de iniciación.
Otros, por su parte, hablan del confiance o administrador del templo y de un gran sacerdote: el papaloa, (o papaluá) sumo dignatario del culto vodú quien tiene en el Badgigan a su principal ayudante».
Y en último caso, están los que añaden a mamaba o mamaluá.
Debemos tener muy presente que hablamos de una religión popular. Una religión que está opuesta, hasta cierto punto, a la función básica de la Iglesia la cual se sostiene en «fundamentar y delimitar sistemáticamente la nueva doctrina victoriosa o defender la antigua contra los ataques profetices establecer lo que tiene o no valor sagrado, y hacerlo penetrar en la fe de los laicos». De ello se encarga el “cuerpo sacerdotal» en propiedad, elemento del que carecen estas expresiones de la religiosidad no institucionalizada.
El hungán está más próximo al brujo que al sacerdote a causa, desde nuestro punto de vista, de la intrínseca relación de la magia con la religión existente en el culto que practica. Es por ello que muy a menudo se acusa al primero de trabajar o «servir a dos manos, o, en otros términos, de practicar hechicería»
En este último ejemplo se pone de manifiesto la tensión entre el sacerdote y el brujo:
El sacerdote denuncia «las revelaciones del oráculo» y el «espíritu sistemático», en suma, el espíritu profetice y «da vaticinio» del brujo; el brujo, denuncia el arcaísmo y el conservatismo, la rutina y la rutinización, la ignorancia pedante y la prudencia mezquina del sacerdote. Los dos están en su papel: de un lado, el orden y del otro el desorden.
El brujo voduista —denominado boccor (o bocó) — está dotado de poderes excepcionales que pueden ser utilizados en contra del prójimo o de sus bienes. Pero la palabra hungán designa genéricamente al oficiante, sea boccor o no. Éste se distingue de aquél en que hace curaciones pero practica la brujería. La diferencia entre ambos «se establece a nivel de prácticas y obediencias pero no de conocimientos». Entre los dos se sitúa el divinar o divinó quien establece su función esencial en los siguientes términos:
En cuanto al divinar, él no «sirve» a ningún loa, o sea que sus relaciones directas con las divinidades africanas se mantienen a través de terceros, generalmente los fieles; ni practica la brujería. Cura a enfermos. A primera vista descubre la causa y la naturaleza de la enfermedad que generalmente logra curar «con la ayuda de Dios». La ciencia del divinar es una herencia de los dioses de las aguas con quienes ha vivido durante siete años. Un collar de perlas que le entregan los dioses, simboliza sus relaciones con ellos y también su poder.
La mayoría de los oficiantes del vodú en Cuba —y, por supuesto, nos estamos refiriendo a aquellos que poseen determinado rango jerárquico en el culto— se sitúan en el linde, impreciso, entre el boccor y el divinar: lo mismo realizan curaciones a diario que esporádicamente actos de hechicería, puede ser de manera inconsciente, dado que los procedimientos mágicos de los que se valen para lograr estos últimos designios «existen de ordinario más bien bajo la forma de hábitos que dirigen la conciencia, en sí inconscientes».
El sacerdote voduista denominado en Haití houngan, aquí se designa con la palabra hungán nasalizada. En la explicación que dan de su significado, los informantes parecen incluir también el de curandero (divinó); en todo caso, ambos términos no son excluyentes. Poniendo en evidencia, en la esfera lingüística, el intercambio del vodú con los sistemas mágico-religiosos cubanos, definen al hungán como un santero. A «la persona que influye dentro de los seres» la designan con la palabra mambó famí, pero esta función sacerdotal puede ser ejercida por un individuo del sexo masculino que se denomina mambó gasón. A la mujer que ejerce la función de curandera le llaman divinel o diviné.
Parece no existir precisión en estas denominaciones debido a la mezcla de funciones ejercidas por las personas designadas. Así, una «persona centro» en el culto voduista o hungán ejerce en la práctica como médico tradicional con el auxilio de sus loas y la curandera asume las funciones de sacerdotisa en la realización de las ceremonias de una cofradía voduista. De todos modos, sí ha quedado claro que el hungán es un individuo que posee muchos «misterios» que le proporcionan poderes excepcionales; sus conocimientos y experiencias lo sitúan por encima no sólo de los miembros de su cofradía, sino en ocasiones de los de toda una región. Como acertadamente lo definió un informante, el hungán es «un santero fuerte».
Ésta parece ser la jerarquía sacerdotal superior en la actualidad, aunque parece haber existido otra por encima de ella: la de yeneral.
Poderes y atributos de las jerarquías
El orden jerárquico establece determinadas atribuciones entre los sacerdotes. Para acceder a cada uno de los niveles antes mencionados, se necesita cumplir con objetivos bien delimitados. Así un hungán debe ser capaz de poseer una cantidad elevada de luases (unos informantes dicen que su número es 101). Esta aptitud les posibilita montar altar para atender sus espíritus y trabajar con ellos, bien con fines espirituales o bien con fines exclusivamente curativos; además, puede dirigir las ceremonias, dado lo elevado de sus conocimientos y habilidades.
Tanto el hungán como la mambó pueden llevar la maraca (assón) y la campanita en los diferentes tipos de cultos voduistas. Mas, solo el primero está facultado para «tener y otorgar cuchillo, es decir, el arma con que se realizan los sacrificios rituales. Uno y otro pueden iniciar en el culto a nuevos adeptos. Por ello es que en el altar, invariablemente están presentes el cuchillo o el machete, que no podrán ser empleados sino después de un prolongado proceso de aprendizaje, una vez hecha la iniciación.
Es, por tanto, algo significativo que, en el transcurso del culto el sacerdote sea el factor de dirección central y, en muchas ocasiones sabrá ejecutar ceremonias o tareas muy difíciles o complejas. Él es quien planificará el conjunto de eventos rituales que serán realizados en días indicados del año y velará porque se efectúen según lo estipulado por las normas Llegará incluso, al extremo de indicar los detalles más íntimos y quiénes deben realizar los sacrificios y cuándo. Se le supone dotado de poderes excepcionales debido a su contacto perenne con los luases, con los que mantiene una relación permanente Sus poderes excepcionales capacitan a un hungán a traspasárselos a una segunda persona, si hubiese necesidad de ello .
Los oficiantes voduistas haitianos muestran simplicidad en el vestuario y los atributos que insertan en él como claro referente religioso. No ocurre así entre sus descendientes que ostentan jerarquías semejantes, en quienes se observa, por el contrario, una sobrecarga en los elementos visibles. Así, muestran múltiples tipos de collares con cuentas de semillas con las que se hacen los que se venden en algunos establecimientos públicos. Entre ellas insertan otros objetos, como chapas de llaveros y las denominadas «lágrimas» de cristal de las lámparas de araña. En un collar observamos decenas de carreteles de hilos de coser de diferentes colores. Es evidente que a la función cultural se añaden elementos decorativos. No faltan en estos atributos medallas de oro con imágenes de santa Bárbara o de la virgen de la Caridad del Cobre.
Lo anteriormente expresado, no excluye el que cada uno de los elementos que nos parecen incoherentes tenga algún significado. Es característica la existencia de collares que ostentan, con un riguroso ordenamiento, cuentas con el color o la combinación de colores que simbolizan a una divinidad. En la mayoría de ellos se inserta un silbato que deviene en instrumento musical. Los rítmicos chiflidos del pito de un hungán pueden ir marcando las situaciones climáticas de una ceremonia e indicar el momento en que la batería debe aumentar la intensidad de sus toques para posibilitar que alguien poseído por un luá, por ejemplo, ejecute el sacrificio de algún animal. Después de que éste se ha realizado, la divinidad —sentada sobre su ofrenda— suele emitir cortos e intensos chiflidos con el silbato en señal de júbilo.
Es evidente la intención del sacerdote de subrayar su rango mediante la sobrecarga de esos atributos. A los mencionados deben añadirse los pañuelos cuyos colores más usados son el rojo, el blanco y el negro, y sus combinaciones. Estos emblemas se colocan en el torso diagonalmente con respecto al eje vertical del cuerpo y se cruzan por encima del hombro y por debajo de los brazos hasta hacerlos coincidir al frente, a la altura del diafragma, donde se anudan. En ocasiones en la superficie de los pañuelos aparecen dibujos, letras o el nombre de algún lúa.
Como en Haití, en las cofradías voduistas estudiadas en Cuba, el hungán y la mambó son asistidos por otras personas en la realización de las ceremonias. No existe aquí la misma organización jerárquica que comprende al la place o maestro de ceremonia y a los hunsí o asistentes del hungán y de la mambó. En algunos sitios no hay funciones institucionalizadas, es decir, permanentes para determinadas personas, sino que éstas pueden asumirlas según hayan obtenido una dosis apreciable de experiencia y habilidades.
Un papel muy descollante lo desempeña el encargado de la despensa o almacén donde se acumulan, a lo largo del año, los bienes materiales destinados a los manyé -luá u otras celebraciones litúrgicas. Hemos comprobado asimismo que aquél no siempre es una persona avezada en el vodú. Se le exige que tenga buen sentido de la administración y que provea eficientemente de todo lo que se necesita para la ejecución exitosa de las ceremonias. Cuando concluyen éstas, se reintegran a su actividad habitual y puede tener o no vínculos fijos con la actividad mágico-religiosa.
Con el coro de las hunsí—porque todas las que cantan a coro son mujeres, por lo general jóvenes— ocurre, sin embargo, algo interesante: en él ingresan muchachas no iniciadas y que con su participación en el culto cada vez se sienten más involucradas en él. Estamos pensando ahora no sólo en las cantantes sino también en las porta-estandartes; entre éstas hemos conocido muchachas, incluso blancas, sin vinculación previa con la actividad voduista, pero que fueron invitadas a tomar parto en ellas y por «embullo» aceptaron. La conclusión es que terminaron por hacerse creyentes.
Los tocadores casi siempre tienen una vinculación muy estrecha con el culto. Pero, a pesar de sus conocimientos musicales y sus pericias en la ejecución de los instrumentos, no se les considera como excepcionalmente dotados de gracia o poder. Esto es, en la función mágico-religiosa, se aprecia una independencia progresiva de la función artística. No obstante, los viejos inmigrantes siguen considerando sus cualidades musicales como un don otorgado por lo sobrenatural.